Puse mi oido en sus latidos. Allí... no sonaba nada.
Decían que se había estropeado, que ya no era el mismo. Que se le cayó de las manos a más de una y los parches tapan, pero no curan. Pobre, se ha quedado parado, como anestesiado. Como atontado. Como sin sentir.
Y allí estaba yo, con la cabeza enganchada a su pecho, buscando como loca algún sonido al que aferrarme.
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